Su posición en este asunto estaba en perfectamente alineada con sus ambiciones políticas. Según los sondeos, entonces una sólida mayoría del 55% de los estadounidense se manifestaban contrarios a que las personas del mismo sexo pudieran casarse, frente a sólo un 36% que eran favorables a la medida.
Sin embargo, sólo cuatro años después, los números se han invertido. De acuerdo con la última encuesta de Gallup, un 53% de los ciudadanos aprueba que el matrimonio gay sea legal, frente a un 44% que se opone.
El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, realizó un suave viraje en la primera rueda de prensa posterior a la votación en Nueva York. Carney reiteró que Obama cree en la igualdad de derechos, y dejó la aprobación del matrimonio gay en manos de cada estado. “Los estados deben determinar por ellos mismos cómo pueden defender los derechos de sus ciudadanos. Este proceso en Nueva York funcionó de la manera correcta”.
Es decir, que Obama no aboga por el matrimonio gay -como sí hace el gobernador Andrew Cuomo, pero le parece bien que algunos estados den este paso. Esta posición de otorgar mayor soberanía a los estados federados es bastante popular en un país en el que, a nivel cultural y político, la brecha entre las dos costas progresistas, y el centro conservador, parece más amplia que nunca.
No hay que olvidar que, de los seis estados donde el matrimonio homosexual está plenamente reconocido, cinco se sitúan en la Costa Este, y en el sexto, Iowa, no fue una decisión política sino judicial, al considerar su Tribunal Supremo que prohibirlo violaba la Constitución del país.
Ahora bien, para un presidente que ha alienado a sus seguidores más progresistas por su escalada militar en Afganistán, su incapacidad de cerrar Guantánamo o aprobar la reforma sanitaria, presentarse a las elecciones del 2012 un paso por detrás del conjunto de la población en una cuestión tan importante, puede tener un coste electoral muy caro.
En concreto, comunidad población gay y lesbiana, que le apoyó de forma abrumadora en 2008, se encuentra muy decepcionada con el presidente. Entre otras cosas, porque la norma conocida como “don't ask, don't tell”, que impide a los soldados gays reconocer abiertamente su sexualidad, aún no ha sido derogada.
Si Obama no abraza pronto el matrimonio entre personas del mismo sexo, se arriesga a perder el apoyo de la comunidad homosexual, tanto en forma de votos como de cheques para financiar su campaña. Ahora bien, un giro de 180 grados presenta también sus riesgos, pues pondría de manifiesto que su postura hasta ahora no estaba iluminada por su conciencia moral, sino por un simple cálculo político.
Por si no tenía suficiente con Afganistán y Libia, el legislativo de Nueva York ha presentado a Obama un nuevo dilema político. Su respuesta será una buena guía sobre si el presidente prefiere apoyarse en las mismas bases que le auparon a la Casa Blanca en 2008, o bien se decanta por los independientes y centristas.
ARREGLO FOTOGRAFICO: ALBERTO CARRERA
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